martes, 19 de mayo de 2009

Nota del traductor

Miguel Saenz

España tiene desde hace tiempo una deuda con el teatro de Bernhard. Resulta inexplicable que Bernhard, que para muchos españoles es un escritor de culto y cuya narrativa sigue reeditándose sin cesar, sea casi un desconocido entre nosotros como autor teatral. Y lo más sorprendente es que, no sólo en Alemania o Austria, sino en países tan próximos como Francia o Italia, Bernhard es ya un dramaturgo indispensable, un clásico contemporáneo indiscutido.

Se dice siempre que el teatro de Bernhard, para funcionar, necesita unos actores excepcionales, pero no son actores lo que falta aquí. La verdad es que Bernhard no se ha escenificado mal en castellano, sino poco y a destiempo. Y la crítica ha salido del paso con un par de alusiones a Beckett o Genet.
Lo curioso es que fueron algunos escritores españoles (Azúa, Marías, Savater) los primeros en darse cuenta de que Bernhard, además de pesimista, moralista y otras cosas, era también un gran humorista, algo que en su primera narrativa no era fácil detectar. El teatro de Bernhard, en cambio, muestra desde el primer momento su vena satírica. El humor de Bernhard es negro, en ocasiones atroz y, como ha dicho Claus Peymann, surge casi de la colisión entre lo profundo y lo trivial. No es la comicidad del bufón de turno, aunque muchos austríacos parezcan creerlo así y se
rían en el teatro con cada frase... hasta que la risa se les hiela.

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